sábado, 19 de junio de 2010

MUHAMMAD (SAW)



EL PROFETA MUHAMMAD

El Noble Profeta, Muhammad Ibn Abdullah, nació en el año 570 d.C., 53 años antes de la Hégira en la ciudad santa de La Meca, en el seno de una honorable familia árabe. Antes de venir al mundo perdió a su padre, y a los seis años murió su madre, dejando al pequeño bajo la tutela de su abuelo, Abdul Mutalib, quien falleció dos años más tarde. Así, el niño fue llevado con su tío, el afectuoso Abu Talib (padre de Alí, Emir de los creyentes) que desde entonces, se ocupó de él y lo amó como a su propio hijo; de forma constante, le sos tuvo y protegió sin la menor negligencia. Este apoyo permanente se afirmó hasta la vigilia de la Hégira.

Los árabes de La Meca, al igual que otros árabes, eran comerciantes de carneros y camellos y viajaban a veces a países vecinos, generalmente a Siria. Eran ignorantes e incultos, absolutamente despreocupados de la instrucción y la educación de sus hijos. Muhammad, como los otros miembros de su tribu, no sabía ni leer ni escribir; pero desde la infancia, se distinguió de los demás por sus di versas cualidades: no adoraba a ningún ídolo, no mentía, no robaba, no traicionaba, era sabio, competente y se abstenía de cometer malas acciones. También, en muy poco tiempo, adquirió la confianza y la estima de la agente, de allí su sobrenombre de al-Amín (el fiel). Efectivamente, los árabes le confiaban muchas veces sus bienes y alababan su fidelidad y su competencia. Tendría aproximadamente veinte años cuando una rica dama de La Meca —la gran y noble Jadiya—, lo escogió como agente de comercio. Gracias a su sabiduría y su honestidad, Mu hammad consiguió grandes beneficios para esta dama que, encantada cada vez más por su personalidad y capacidad, le propuso matrimonio. Muy pronto se casaron y el joven Muhammad prosiguió con sus actividades mercantiles como antes.

Hasta los cuarenta años, este hombre santo mantuvo buenas relaciones con la gente que le consideraban, no solamente como uno de ellos, sino como el más discreto y cualificado. Su moral, su conducta ejemplar, su rechazo a la opresión y a la crueldad, su modestia, le habían hecho ganar el respeto y la confianza de los hombres de la región. Así, cuando los árabes empezaron a reparar la casa de la Ka’aba, una disputa surgió entre los diversos clanes con relación a la instalación de la piedra negra; las partes presentes hicieron llamar a Muhammad para resolver su litigio. Este último hizo depositar la piedra negra en un manto que los jefes de clanes sostenían unidamente. De un solo movimiento, llevaron la piedra sagrada y la emplazaron en la casa.

Gracias a esta intervención, el conflicto se resolvió sin violencia ni derramamiento de sangre.

Antes de la difusión de su revelación profética y monoteísta, Muhammad no había sido objeto de ninguna presión por parte de sus compatriotas; y ello porque, por un lado, los árabes dejaban a los judíos, los cristianos y a otros practicar libremente su religión, y por otro porque Muhammad no se había opuesto aún directamente a las creencias y supersticiones de las gentes.


DEL PRINCIPIO DE LA MISIÓN A LA HÉGIRA

Allah Todopoderoso envió a los hombres un mensajero para invitarles al monoteísmo. El delegó este misionario en la península árabe que era, sin exageración, un fogón de miseria, tiranía, corrupción, crueldad y maldad. Este enviado llamó a los hombres a hacer el bien, a consolidar las relaciones sociales, a observar la justicia, la verdad y a sublevarse prontamente contra los opresores. Al comienzo, el Profeta, consciente del atraso de su medio, no divulgó su misión más que a aquellos que estaban preparados para entender la buena palabra; así, no tuvo al principio, más que un número restringido de adeptos de los cuales los primeros fue ron —según los escritos relatados—, su primo hermano ‘Alí, el primer musulmán, y su mujer Jadiya, la primera musulmana. Después de un tiempo, recibió la orden de invitar a sus allegados a convertirse a la fe Divina. Siguiendo el mandamiento de Dios, invitó a su casa a sus familiares y vecinos (aproximadamente una cuarentena de personas) y les anunció la misión que el Señor le había encargado. Muy pronto, extendió su llamada e invitó al pueblo a seguir la fe musulmana; así llevó el estandarte de la Mensaje Divino afuera de su casa, con el fin de alumbrar el universo. La reacción de los árabes, sobre todo de aquellos que habitaban La Meca, fue hostil; los infieles e impíos rechazaron violentamente esta invitación llena de buena voluntad. Se acusó a Muhammad de brujo; Se le trató de rabino, de loco, de poeta; Se rieron de él, despreciando su persona y su mensaje. Cuando llamó a la gente a seguir su nueva doctrina o cuando rezaba, sus adversarios sembraban el conflicto y el desorden; llegaban incluso a arrojarle basura, espinos, maleza, piedras, cuando no le golpeaban. A veces, intentaban corromperlo prometiéndole montes y maravillas, creyendo que así lo harían desviar de su objetivo sagrado. Pero todas estas tentativas resultaron vanas; el Profeta permanecía inquebrantable, aunque entristecido por la ignorancia y testarudez de su nación. Es más, en muchos versículos coránicos, Dios trata de consolarle, recomendándole la paciencia, mientras en otros, Le ordena no tener en cuenta los propósitos de esta gente.

Aquellos que siguieron al Profeta fueron objeto de múltiples ataques y torturas; Algunos, también perecieron bajo las manos de la infidelidad. A veces, la presión resultaba tan intolerable que los partidarios pedían a su guía autorización para sublevarse contra los opresores con el fin de terminar más rápido con los duros sufrimientos; pero el Profeta les decía: «Todavía no he recibido la orden del Señor Todopoderoso; debemos ser pacientes.» Algunos no pudieron soportar tantos males, y recogiendo sus equipajes dejaron su patria. Muy pronto, la situación se puso tan crítica para los Musulmanes, que el Profeta les autorizó a exilarse en Etiopía a fin de resguardarse de las persecuciones de sus compatriotas. Un primer grupo, con Ya‘far Ibn Abu Talib (her mano del Emir de los creyentes y uno de los compañeros preferidos del Profeta) a la cabeza, tomó el camino hacia Etiopía. Cuando los infieles de La Meca conocieron el exilio de los Musulmanes, delegaron dos representantes cargados de regalos para el rey de Etiopía a quien le pedirían la extradición de los exilados. Sin embargo, Ya‘far Ibn Abu Talib llegó a convencer al rey, a los sacerdotes cristianos y a las autoridades del país con un discurso elocuente, donde les habló de la personalidad luminosa del Profeta, de los preceptos del Islam y les recitó los versículos del sura “Mariam”(María). Los propósitos de Ya‘far llegaron tan profundamente a los asistentes, que las lágrimas brotaron de sus ojos. El rey de Etiopía rechazó extraditar a los refugiados, devolvió a los delegados de La Meca sus regalos y dio la orden de albergar a los Musulmanes.

Tras este revés, los infieles de La Meca pactaron romper relaciones en todos los niveles con los Banu-Hashim, parientes o partidarios de Muhammad. Tras haber hecho firmar este pacto a los habitantes, los enemigos del Profeta lo depositaron dentro de la Ka‘aba. Los Banu-Hashim, que acompañaban a Muhammad, se vieron obligados a abandonar junto a los suyos La Meca para refugiarse en señal de protesta en un valle conocido como el desfiladero de Abi Taleb. Allí, vencieron las condiciones más difíciles, sin atreverse a dejar el desfiladero, soportaron el calor y los lamentos de sus mujeres e hijos.

Es en esta época cuando dos grandes desgracias afectan al Profeta y a su comunidad: Abu Talib, el único protector de Muhammad y Jadiya, su dulce esposa, mueren (620 d.C.). Con la desaparición de sus dos fuertes apoyos, la existencia del Profeta va a resultar difícil; no se atreve a mostrarse en público por miedo a ser atacado por sus enemigos que le amenazan.


EL EXILIO DEL PROFETA A MEDINA

Huyendo de sus enemigos, quienes habían urdido un plan para asesinarlo, el Profeta Muhammad (B.P.D.) se dirigió en plena noche hacia una gruta de la montaña «Zaur» al lado de La Meca. Después de permanecer tres días escondido en el interior de la gruta, prosiguió su viaje hasta Medina donde la población lo acogió calurosamente.

El Profeta se instaló en Medina donde los habitantes se convertían al Islam y aseguraban la protección de su guía. Medina se convierte en una ciudad islámica y toma el nombre de «Ciudad del Profeta» (Medina an-Nabi), o simplemente Medina, en lugar de Yazrib designación tradicional. En la primera ciudad del Islam, cerca de un tercio de los habitantes eran hipócritas, falsos creyentes, que decían creer en la religión musulmana, por miedo al resto de la población árabe.

El sol del Islam empezó a brillar en el cielo claro de Medina; el estado de guerra que se había establecido desde hacía años entre las dos grandes tribus, los Aus y Jazray, finalizó. Con el retorno a la paz, los creyentes de Medina se unieron. Poco a poco, las tribus y clanes de la región se convirtieron al Islam. Cada día, una de las raíces de la corrupción y del mal era destruida, naciendo en su lugar la virtud y el bien. Los partidarios del Profeta que habían permanecido en La Meca, llegaron pronto para unirse a sus correligionarios, pues no podían soportar más las presiones de los infieles Mequinenses. Por su parte, los Medinenses les acogieron calurosamente. Estos exiliados de La Meca llegados a refugiarse en Medina, fueron llamados los «Muhayirin» (emigrados), y los Musulmanes de Medina los «Ansar» (auxiliares).


¿POR QUÉ EL AÑO DE LA EMIGRACIÓN ES EL
COMIENZO DE LA ERA ISLÁMICA?
El Islam es la última y más completa de las religiones reveladas por Dios, pues ha llevado a su completitud las religiones de Moisés y Jesús, con ambos sea la Paz, y da respuestas a todas las condiciones y circunstancias de esta época. Aunque el nacimiento de Jesús (P.) es respetado por los musulmanes no es considerado por estos como el principio de esta era pues han constituido una comunidad independiente, y en cuanto a este tema no tienen por qué imitar a los demás. Desde hacía un tiempo el año de elefante (cuando Abraha intentó con su ejercito destruir la Ka‘aba y fue milagrosamente arrasado) constituía el principio de la era de los árabes. El nacimiento bendito del Profeta del Islam se produjo precisamente en ese año; pero los musulmanes no lo consideran el inicio de su historia pues en ese momento todavía no existían ni el Islam ni la Revelación. Por el mismo motivo no se consideró importante el momento en que Muhammad (B.P.D.) fue designado Profeta, puesto que el número de creyentes en ese momento no pasaba de tres personas. Pero en el año de la Hégira (emigración) los musulmanes obtuvieron un gran triunfo: crearon una comunidad y gobierno independiente en Medina. Se salvaron de las opresiones y se concentraron libremente en esa ciudad. Por el beneficio de este hecho, que marcó el inicio de la victoria del Islam y su expansión definitiva, fue considerado como el inicio de la era Islámica.

Actualmente han pasado 1424 años lunares de ese hecho.

En otras palabras en la historia de la comunidad Islámica no existe personalidad más elevada e importante que el Profeta Muhammad (B.P.D.) ni suceso más beneficioso y significativo que la emigración, pues a raíz de ella se dio vuelta la página de la historia humana. El Profeta del Islam y los musulmanes se trasladaron de un ambiente opresivo a otro libre. Los medinenses recibieron al líder de los musulmanes calurosamente poniendo en sus manos el poder, y en poco tiempo en virtud de este traslado el Islam logró organizarse política y militarmente constituyendo uno de los gobiernos fuertes dentro de la península, y más tarde de todo el mundo.

De este modo se fundó una gran civilización, tan grande como la humanidad nunca había visto. Si la emigración no hubiese tenido lugar, el Islam habría fenecido en La Meca y el género humano habría quedado privado de su gran bendición.

LA ÚLTIMA PEREGRINACIÓN DEL PROFETA

El Suceso de Gadir

Terminados los rituales del Hayy, donde los musulmanes aprendieron los procedimientos de la verdadera peregrinación del santo Profeta, éste decidió partir hacia Medina. Se dio la orden de partida. Cuando la caravana llegó al territorio de Raabeg, a tres millas de distancia de Yuhfa (una de las “estaciones” o “miqats” donde se consagran los peregrinos), el fiel ángel de la revelación descendió justo en un punto llamado Gadirul Jum para comunicarle al Profeta la siguiente aleya: “¡Mensajero! Proclama lo que te fue revelado por tu Señor, porque si no lo hicieras no habrás cumplido tu misión. Mas Dios te protegerá de los hombres; porque Dios no ilumina a los incrédulos”. (5:67)

Los términos de este versículo indican que Dios había encomendado al Profeta la transmisión de un asunto importante y de suma delicadeza, y ¿qué asunto podía ser más importante que la designación de Alí como Califa (sucesor) ante los ojos de cien mil personas?

Se dio la orden de detener la caravana y los que llevaban la delantera esperaron el arribo de los que estaban más rezagados. Era el mediodía y el calor era muy intenso. Los creyentes colocaban una parte de sus mantos debajo de sus pies y otra sobre sus cabezas. Además hicieron entre los árboles una galería a fin de proteger al Profeta. Muhammad dirigió la oración del mediodía. Luego, mientras la multitud lo rodeaba, subió a un púlpito que le habían preparado con varias monturas de camello superpuestas, y en voz bien alta y expresiva dirigió una disertación a los presentes.

El Sermón del Profeta en Gadir Jum.

“La alabanza pertenece a Dios, a Él le imploramos ayuda y a Él nos encomendamos. En Él nos refugiamos de nuestras maldades y nuestros pecados. Dios es la única guía y orientación. Y a quien Él encamina jamás se desviará. Atestiguo que no hay más dios que Él y que Muhammad es Su Enviado. ¡Gentes! Es probable que muy pronto acuda a una invitación divina y me vaya de vuestro lado. Yo soy responsable de mis actos y vosotros lo sois de los vuestros. ¿Qué es lo que piensan de mí?

Todos exclamaron: “Atestiguamos que tú has cumplido tu misión y has luchado. ¡Dios te conceda una buena recompensa!”

El Profeta (B.P.) preguntó: “¿Atestiguan que Dios es Único, que Muhammad es Su Enviado, y que no hay duda respecto al Paraíso, al Infierno y a la vida eterna en el otro mundo?”. Respondieron: “Sí, lo atestiguamos”. Agregó: “Dejo entre ustedes dos cosas valiosas y queridas. Ya veré como las trataréis”. Alguien interrogó: “¿Cuáles son esas dos cosas a las cuales te refieres?” Respondió: “Uno es el Libro de Dios y la otra mi familia y mi descendencia.”

“Dios el Altísimo me ha informado que estos dos legados jamás se separarán. ¡Gentes! No pretendan adelantarse al Corán ni a mi descendencia, ni tampoco retrasarse. Si lo hicieran perecerían.” Tomando entonces el brazo de Alí y levantándolo hasta que llegaron a verse las axilas de ambos, lo presentó y preguntó quien era el soberano y el conocedor de la felicidad de los creyentes más que ellos mismos, a lo que todos respondieron: “Dios y Su Enviado”. Exclamó entonces el Profeta (B. P.): “Aquel de quien yo fuera su señor (maula: protector, guardián y maestro), Alí también es su señor” (y lo repitió tres veces).” ¡Dios! Ama a quien lo ame; protege a quien lo proteja, sé enemigo de su enemigo y amigo de su amigo. Trata con Tu ira a quien no lo ame, haz victorioso a quien lo haga vencedor y humilla a quien lo humille, y conviértelo en el eje de la verdad”.

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