martes, 29 de junio de 2010

HADIZ Y SUNNAH


n de su justificación espiritual interna. ¿Por qué debería considerarse indispensable la práctica de la Sunnah para llevar una vida en un sentido verdaderamente islámico? ¿No existe otra forma de acceder a la realidad del Islam que a través de la práctica de ese extenso sistema de acciones y costumbres, de mandatos y prohibiciones extraído de la vida del Profeta? No hay duda de que fue el hombre más grande que haya existido, ¿pero acaso no representa la necesidad de imitar su vida en todos sus aspectos una violación de la libertad individual de la personalidad humana? Esta es la vieja objeción presentada por críticos enemigos del Islam de que la necesidad de seguir estrictamente la Sunnah fue una de las causas principales de la decadencia del mundo islámico, al suponer que dicha actitud entorpece, a la larga, la libertad de acción del individuo y el natural desarrollo de la sociedad. El que seamos capaces o no de enfrentamos a esta objeción es de la mayor importancia para el futuro del Islam. Nuestra actitud con respecto al problema de la Sunnah determinará nuestra actitud futura hacia Islam.

Nos sentimos orgullosos, y con razón, del hecho de que el Islam, como religión, no está basada en un dogmatismo místico sino que está siempre abierto a la inquisitividad crítica de la Razón. Tenemos derecho, por lo tanto, no sólo a saber que la práctica de la Sunnah nos ha sido impuesta sino también a entender la razón intrínseca de su imposición.

El Islam lleva al ser humano a una unificación de todos los aspectos de su vida. Y siendo un medio hacia tal fin, esta religión representa en sí misma un conjunto de concepciones al que nada puede ser añadido ni restado. No hay lugar en el Islam para el eclecticismo. Allí donde se reconozca que sus enseñanzas han sido pronunciadas por el Corán o por el Profeta, debemos aceptarlas en su totalidad, sino pierden su valor. Es un error básico el pensar que el Islam, al ser una religión racional, permite que el individuo sea selectivo con sus enseñanzas: este es un argumento basado en un malentendido popular del "racionalismo". Existe un ancho abismo -reconocido suficientemente por las filosofías de todas las épocas entre la razón y el "racionalismo" tal como se entiende comúnmente hoy. La función de la Razón , en relación con las enseñanzas religiosas, tiene un carácter de control, su deber es vigilar que no se imponga a la mente humana nada que no pueda soportar fácilmente, es decir, sin la ayuda de malabarismos mentales. Por lo que al Islam respecta, la razón imparcial le ha dado sin reservas, una y otra vez, su voto de confianza. Esto no significa que todo el que entra en contacto con el Corán acepte necesariamente sus enseñanzas; esto depende mucho del temperamento, del entorno, y –no menos importante- de la iluminación espiritual. Cierto es que nadie libre de prejuicios afirmaría que haya en el Corán nada contrario a la Razón. Sin duda, hay en él conceptos que van más allá de los límites actuales de nuestra inteligencia; pero nada que ofenda a la inteligencia humana en cuanto tal.

El papel de la Razón en los asuntos religiosos es, como hemos visto, de control -como un regulador de entrada que según sea el caso, diga "sí" o "no". Pero esto no es exactamente cierto en el llamado "racionalismo", el cual no se contenta con la regulación y control de entradas, sino que se lanza al campo de la especulación; no es receptivo y distante como la razón pura, sino extremadamente subjetivo y temperamental. La Razón conoce sus límites, pero el "racionalismo" superficial es absurdo en su pretensión de abarcar el mundo y todos sus misterios dentro de su propio círculo individual. En los asuntos religiosos ni siquiera acepta la posibilidad de que ciertas cosas estén, bien temporal o permanentemente, fuera del alcance de la comprensión humana; pero es, al mismo tiempo, lo bastante ilógico como para conceder tal posibilidad a la ciencia -y a sí mismo.

La sobreestimación de este tipo de racionalismo falto de imaginación es una de las causas de que muchos musulmanes modernos se nieguen a someterse a la guía del Profeta. Pero no necesitamos hoy a un Kant para demostrar que las posibilidades de la comprensión humana son muy limitadas. Nuestra mente es incapaz, por naturaleza, de comprender la idea de totalidad: sólo somos capaces de captar los detalles de las cosas. No sabemos lo que significa la infinidad o la eternidad, no sabemos siquiera lo que es la vida. Es por esto que en los problemas de una religión que se apoya en bases transcendentales necesitamos un guía cuya mente posee algo más que las cualidades normales de razonamiento y el racionalismo subjetivo común a todos nosotros, necesitamos a alguien inspirado -en una palabra, un Profeta-. Si creemos que el Corán es la Palabra de Dios, y que Muhammad fue el Mensajero de Dios, estamos obligados moral e intelectualmente a seguir su guía implícitamente. Esto no quiere decir que debamos renunciar a nuestra capacidad de razonamiento. Al contrario, tenemos que usar esa capacidad al máximo de nuestra habilidad y conocimiento, tenemos que descubrir el significado y el propósito que encierran las órdenes que nos han sido transmitidas por el Profeta. Pero en cualquier caso -tanto si somos capaces de discernir su propósito como si no- debemos obedecer la orden. Quisiera ilustrar esto con el ejemplo de un soldado que ha recibido de su general la orden de ocupar una cierta posición estratégica. Un buen soldado obedecerá y ejecutará tal orden inmediatamente. Si, mientras lo está haciendo, es capaz de entender el propósito estratégico que el general quiere alcanzar, tanto mejor para él y para su carrera, pero si no consigue entender inmediatamente el propósito último de las órdenes del general, no por ello puede abandonar su ejecución o posponerla. Nosotros, los musulmanes, tenemos la confianza puesta en que nuestro Profeta es el mejor jefe que la humanidad haya podido tener. Creemos naturalmente que tenía un conocimiento del dominio de la religión, en sus aspectos espiritual y social, mucho mejor del que nosotros podríamos alcanzar. Cuando nos ordena o nos prohíbe hacer algo, es siempre para alcanzar ciertos objetivos "estratégicos" que consideraba indispensables para el bienestar espiritual y social del ser humano. A veces es posible discernir claramente la meta, y otras está más o menos oculta a los ojos inexpertos del hombre común, a veces podemos entender el propósito más profundo de una orden del Profeta, y otras veces sólo su propósito más inmediato. En cualquiera de los casos, estamos obligados a seguir las órdenes del Profeta, siempre que su autenticidad y su contexto estén plenamente verificados. No se necesita nada más. Desde luego que existen órdenes del Profeta que son de extrema importancia y otras que lo son menos, y tenemos que dar precedencia a aquellas más importantes sobre las otras. Pero nunca tendremos derecho a hacer caso omiso de ninguna de ellas porque nos parezca "secundaria" -porque el Corán dice del Profeta:

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"No habla por capricho" (surah 53:3). Esto es, sólo habla cuando surge una necesidad objetiva, y lo hace porque Dios le ha inspirado a ello. Por esta razón, estamos obligados a seguir la Sunnah del Profeta en espíritu y en forma, si queremos ser fieles al Islam. Nosotros no consideramos su ideología como otro camino entre muchos, sino como el camino, y el hombre que nos transmitió esta ideología no es para nosotros un guía entre otros, sino el guía. Obedecerle en todo lo que ordenó es practicar el Islam y desechar su Sunnah es desechar la realidad del Islam.

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