miércoles, 4 de agosto de 2010

El camino del profeta Muhammad(saw)



Publicado por Madraza wazzani القرآن الكريم

Muhammad s.w.s. era paciente, honesto, justo y casto. Su mano jamás tocaba la mano de una mujer a la que no tuviera derecho, con la que no tuviera relaciones sexuales o con la que no pudiera casarse legalmente. Era el más generoso de los hombres. Al caer la noche no le quedaba un solo dirham ni un solo dinar. Si la noche caía rápidamente y le quedaba algo y no encontraba a quien dárselo, no se retiraba a sus habitaciones hasta no entregarlo a quien lo necesitase. Jamás le pedían nada que no diera a quien se lo pedía. Solía preferir al que pedía antes que a sí mismo o a su propia familia, con lo que, a menudo, sus reservas de grano para todo el año se acababan antes de que éste terminara. Remendaba sus ropas y su calzado, hacía las tareas domésticas y comía con sus mujeres. Era tímido y no miraba fijamente el rostro de la gente. Aceptaba la invitación del libre y del esclavo, y aceptaba los regalos incluso si se trataba de un sorbo de agua o una pata de conejo; al mismo tiempo, y debido al hambre que sufría, tenía que ceñirse dos piedras al estómago.
Comía de lo que estaba al alcance de su mano y no se abstenía de ningún tipo de alimento permitido. Jamás comía tumbado. Asistía a las fiestas, visitaba a los enfermos, iba a los funerales y caminaba entre sus enemigos sin guardia alguna. Era el más humilde de los hombres, el más callado sin llegar a la insolencia, y el más elocuente sin extenderse en demasía. Siempre estaba contento sin que le atemorizaran los asuntos de este mundo. Montaba a caballo, sobre un camello macho, sobre una mula o sobre un asno. A veces caminaba descalzo y descubierto. Le encantaban los perfumes y le disgustaban los malos olores. Se sentaba y comía con los pobres. A nadie tiranizaba y aceptaba prontamente las excusas de quienes solicitaban su perdón.
Bromeaba, pero sólo decía la verdad. Se reía, pero no lo hacía a carcajadas. Jamás comía ni vestía mejor que cualquiera de sus sirvientes.
La conducta de este perfecto gobernante no había sido enseñada. No sabía leer ni escribir, había crecido entre pastores en una tierra desértica e ignorante, y era huérfano de padre y madre. Rehusaba maldecir al enemigo diciendo: "He sido enviado para perdonar, no para maldecir." Y cuando se le pedía que desease el mal a alguien, le bendecía.
Anas ibn Malik, su criado, dijo: "Cuando había algo que no aprobaba jamás me decía: "¿Por qué lo has hecho?" Más aún, si sus esposas me regañaban, él me decía: "Déjalo. Tenía que pasar así."
Si tenía una cama dormía en ella, y si no, se tumbaba en el suelo. Era siempre el primero en saludar. En el apretón de manos era siempre el último en retirar la mano. Prefería al invitado antes que a sí mismo, ofreciéndole el almohadón sobre el que se recostaba insistiendo hasta que se lo aceptaban. Se dirigía a sus compañeros por medio de su kunya (el. padre de fulano) para honrarles mencionando a sus hijos y así endulzar sus corazones. No se discutía en su presencia. Solo decía la verdad. Cuando estaba con sus compañeros se mostraba como el más sonriente y jovial de los hombres, admirándose de lo que decían y mezclándose con ellos.
Jamás encontró defecto a su comida. Si le gustaba lo comía y si no, lo dejaba a un lado. Si no le gustaba no lo hacía aborrecible para otros. No comía lo excesivamente caliente y comía lo que tenía justo enfrente en el plato, a su alcance, haciéndolo con tres dedos. Rebañaba el plato con sus dedos al tiempo que decía: "El último bocado tiene una gran bendición." No se lavaba las manos hasta no haber chupado los dedos de todo resto de alimento. Bebía la leche a grandes tragos y el agua sólo a sorbos.
Sayyiduna Ali, su Compañero más íntimo, dijo: "Era el más generoso de los hombres, el de corazón más abierto, el más veraz, el que mejor cumplía sus promesas, el de más dulce carácter y el más noble con respecto a su familia. Quien le encontraba por sorpresa sentía temor y quien con él intimaba, le amaba."
Muhammad dijo de sí mismo: "Yo soy al-Qauzam", lo cual significa "Yo soy el hombre completo, el hombre perfecto."
Es a este hombre a quien nos dirigimos al pretender adquirir el conocimiento del tasawwuf, la ciencia del yo. Al someternos al Shaij nos sometemos al hombre que ha conseguido dominar aquellos aspectos de su carácter que no estaban en consonancia con esta "magnanimidad de forma del yo" que es precisamente la del Mensajero. No estamos cometiendo errores; seguimos permaneciendo dentro de la zona del reconocimiento existencial. No estamos aquí adorando, deificando o convirtiendo en símbolo al Mensajero. Lo aceptamos como testigo de "cómo-son-las cosas", como persona completamente abierta que fluye en acuerdo armonioso con la existencia, conociéndola interna y externamente.
Un hombre temeroso por la presencia del Mensajero, lo que le hacía ser extremadamente reverente hacia éste, se le acercó un día. Al verlo, el Mensajero le dijo: "Tranquilízate. Yo no soy un rey. Yo sólo soy el hijo de una mujer de la tribu de los Quraysh que come carne seca." Cuando le llamaban su respuesta era: "Servidor."

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